Ayer Jesús curaba a un leproso, alguien marginado por la sociedad. Hoy responde al pedido de un extranjero. En ambos casos, rompe las barreras impuestas por la religión o la cultura de su tiempo. Jesús actúa con total libertad. Transmite la salvación de Dios como y cuando quiere, porque Dios no ama solo a unos pocos: ama a todos. Su amor rompe las divisiones que nosotros mismos construimos.
Es la fe humilde, confiada y generosa del centurión la que mueve el corazón de Jesús. Lo mismo sucede con la suegra de Pedro: está enferma con fiebre, y esa fiebre le impide servir, que es lo que define a quien quiere seguir a Jesús. Apenas es curada, se pone a servir. Jesús no solo cura, sino que nos libera de todo lo que nos impide amar y servir.