Esa es la invitación que Jesús nos hace: que nuestras palabras estén respaldadas por una vida coherente, y que nuestras ideas se traduzcan en acciones creíbles. Solo así podremos transformar los ambientes donde vivimos, uniendo principios, actitudes y obras.
Pero esta coherencia no se logra solo con métodos ni teorías. No basta con buenas intenciones ni con hacer por hacer. La coherencia evangélica nace del trabajo diario por vivir según el Proyecto de Dios, sostenidos por su gracia. Por eso, nuestra oración debe brotar del deseo sincero de hacer el bien y de la humildad de saber que solos no podemos.