Y eso lo cambia todo. El discipulado no es un ideal imposible. Es una relación viva. Jesús no nos pide ser perfectos, nos pide seguirlo. Él va delante. Él conoce nuestros pasos. Él nos sostiene.
La puerta estrecha no es un castigo. Es una elección libre. Es el camino de las Bienaventuranzas. El camino de los pobres de espíritu, de los que lloran, de los que buscan justicia, de los que construyen paz. Es el camino de quienes encontraron a Jesús y ya no pueden vivir de otra manera.
Y aunque a veces duela, es el camino de la verdadera alegría. Esa que no depende de lo que pasa afuera, sino del amor con el que se vive.