Cada persona vive según una escala de valores, y lo que busca como seguridad termina marcando su manera de vivir. Por eso Jesús completa esta enseñanza hablando del ojo como lámpara del cuerpo: “La lámpara del cuerpo es el ojo”. Nuestra mirada es la que le da color a la vida. Si miramos con un ojo sano, todo se ve con claridad; pero si nuestra mirada está enferma, todo se ve nublado.
Para los judíos, tener un “ojo sano” era ser generoso; en cambio, un “ojo enfermo” era símbolo de tacañería. La generosidad ilumina la vida, la hace más plena y más humana.
Lo contrario de acumular es compartir. Quien está apegado al dinero vive con miedo y se encierra en sí mismo. En cambio, el que sabe dar se vuelve más libre y más humano. Para Jesús, el verdadero valor de una persona se nota en su capacidad de desprenderse y amar. En cambio, el egoísmo, que no puede salir de sí mismo, termina vaciando a la persona por dentro.