A menudo se malinterpreta la expresión “poner la otra mejilla”, como si significara renunciar a nuestros derechos o tolerar pasivamente la injusticia. Pero en realidad, Jesús propone una actitud profundamente activa y valiente: responder al mal no con violencia, sino con una firmeza pacífica que desenmascara la injusticia y confronta al agresor con su propia conciencia.
Poner la otra mejilla no es callar ni rendirse. Es denunciar el mal sin reproducirlo, romper el ciclo de la violencia con un gesto que interpela, que sacude, y que puede abrir una posibilidad real de cambio.
El perdón cristiano no es debilidad ni evasión, sino un acto de profunda fortaleza interior. No perdonamos porque no nos queda otra opción, sino porque elegimos —desde la gracia— romper la lógica destructiva del resentimiento.