La palabra es un lazo que une a las personas. Por eso, quien sigue a Jesús debe ser creíble por la integridad de su vida, no por el uso de juramentos. Amar la verdad es una marca del discípulo, y la veracidad no debe depender de fórmulas externas, sino de la autenticidad del corazón.
La verdad no se manipula: se dice con claridad y sencillez. Mateo menciona ejemplos de juramentos encubiertos que también deben evitarse, como jurar por el cielo, la tierra, Jerusalén o la propia cabeza.
Sólo desde una vida honesta y una palabra sincera es posible vivir en comunión con Dios y con los demás.