Jesús interpreta el mandamiento del adulterio de forma profunda y radical. En el Antiguo Testamento, el adulterio era una violación del derecho del hombre, pero Jesús va más allá y se enfoca en el espíritu de la ley, incluso en el peligro de la tentación. Como con el homicidio, parte del peor caso para luego avanzar más allá. Afirma con fuerza que mirar con deseo ya es tan culpable como cometer el adulterio. Jesús quiere llegar a la raíz, a las causas que generan esos deseos.
Así, Jesús perfecciona y corrige el Antiguo Testamento para restaurar el plan original de Dios sobre el amor, que exige una fidelidad verdadera y a veces renuncias. Cuando habla de la mano o el ojo que causan pecado, nos llama a eliminar esas causas que llevan a caer en el error.



