La Iglesia no puede esconderse ni encerrarse en sí misma. Si no es fiel a lo que está llamada a ser, no solo se pierde a sí misma, sino que deja al mundo sin el mensaje de salvación.
Los discípulos de Jesús somos la luz del mundo. Nuestra misión es hacer visible, con nuestras obras, el mensaje del Evangelio. Cuando vivimos profundamente unidos a Dios, y construimos espacios de justicia, verdad, amor y solidaridad para todos, sin excluir a nadie, estamos haciendo brillar esa luz. Y esa luz brilla con más fuerza cuando vivimos de verdad el espíritu de las bienaventuranzas.