El discípulo amado ocupa un lugar central en este relato. Puede tratarse de Juan, el apóstol, pero también representa a todo aquel que se siente profundamente amado por el Señor y lo sigue con fidelidad. Más allá de su identidad concreta, el evangelio quiere destacar que el Señor resucitado permanece junto a los que lo aman y lo siguen.
Todo discípulo amado se convierte en testigo en la medida en que reconoce esa presencia viva de Jesús en su vida. Cada uno de nosotros puede ser ese discípulo amado si se deja guiar por el Espíritu Santo, que nos abre los ojos para descubrir que Jesús camina siempre a nuestro lado, incluso cuando el camino es incierto o difícil.