La Ascensión es el culmen de la Pascua. Sin ella, la celebración quedaría incompleta, y Jesús parecería simplemente un muerto que volvió a la vida. Pero en la Ascensión se revela algo mucho más grande: Jesús vuelve junto al Padre y es revestido de la gloria divina. Ya no es solo el Crucificado resucitado, sino el Señor de todo.
Desde entonces, alguien de los nuestros —uno que llevó nuestra carne, nuestras heridas, nuestra historia— ya ha llegado a la meta. La Ascensión, como cada paso en la vida de Jesús, no solo nos muestra quién es Dios, sino también quiénes estamos llamados a ser.