La alegría que nos propone Jesús es la misma que vivió Él: una alegría que implica fidelidad y solidaridad hasta la muerte, pero que engendra nueva vida.
La alegría que brota de la Pascua , a veces pasa por el crisol del dolor y la renuncia, pero es fecunda. Es una alegría que no se produce al margen de las pruebas de la vida, sino como una victoria sobre ellas.
La alegría de Dios es duradera; es interior porque proviene directamente del Espíritu Santo. Aunque enfrentemos situaciones difíciles y apremiantes, esta alegría interior se convierte en un río que nos da la capacidad de afrontar con entereza los problemas y dificultades, por más graves que sean.