El ser “testigo” de Cristo implica ser también, en muchos casos, “mártir”: dar la vida por Él es el mayor testimonio. Pero no solo se trata de morir por Cristo. También vivir la fe con coherencia, con todas sus exigencias, es una forma de “martirio”, y por lo tanto, de testimonio.
Dar testimonio de Cristo en medio del mundo, siendo fieles a su estilo de vida y a sus enseñanzas, de palabra y de obra, es transformar nuestra vida en una historia de salvación. Y no estamos solos: el Espíritu Santo está con nosotros. Es Él quien nos sostiene.