Si el mundo nos acepta con demasiada facilidad, eso debería preocuparnos. Tal vez significa que nos hemos adaptado demasiado a sus criterios y que ya no somos una presencia incómoda. Siempre corremos el riesgo de asimilar sin darnos cuenta los valores y promesas que ofrece el mundo, que no coinciden para nada con los que propone Jesús. Las bienaventuranzas de Jesús no son las del mundo.
El discípulo es alguien “separado”, no porque se aísle, sino porque vive en la sociedad como todos, pero sin dejarse arrastrar por una lógica contraria al Evangelio.