La alegría que nace del amor no se encierra en uno mismo: se comparte con los demás, especialmente con quienes más la necesitan. Con los que se sienten solos, fracasados, abandonados; con los enfermos, los desahuciados, los rechazados por la sociedad, los encarcelados, los pobres. Con todos aquellos que merecen experimentar el amor liberador de Dios para poder ser verdaderamente felices.
ORANDO CON LA PALABRA
