En su despedida, los discípulos están angustiados. Jesús les habla de traiciones y negaciones, pero también les da su paz. No es cualquier paz, no es solo la ausencia de problemas. Es una paz profunda, que viene de Dios.
No se trata de que nadie nos moleste, ni de evitar conflictos. Es una paz que se recibe como un regalo y se construye con esfuerzo. Es la paz del corazón reconciliado con Dios, con uno mismo, con los demás y con la creación.
Esa paz es un don del Espíritu Santo. No es de este mundo, pero tiene que hacerse presente en este mundo. Por eso, el lugar donde debe crecer es la comunidad cristiana.
Esta paz incomoda, porque pone al discípulo en tensión con el mundo. Pero Jesús sigue presente en su Iglesia, con su Espíritu y su Palabra. Está con el Padre, pero también con nosotros.
La paz que nos da es fuerza, es vida. Nos invita a vivir como hermanos, con respeto, solidaridad y entrega.