Jesús no busca palabras bonitas, sino un amor vivido en lo concreto: en la compasión, en la entrega sin cálculos, en la oración sincera, en el bien de cada día. Amar a Jesús es vivir como Él vivió. Cuando guardamos su Palabra, Dios mismo hace su casa en nosotros. Y no nos deja solos: nos regala al Espíritu Santo, que nos enseña, nos guía y nos recuerda que somos suyos.
Pascua no es solo contemplar la resurrección de Jesús. Es dejar que el Resucitado viva en nosotros y transforme nuestra vida desde dentro.



