La vida del discípulo es un “servicio hasta la muerte”: muerte del tiempo propio, del dinero, de la comodidad, de la razón humana, de los sentimientos. Así como el criado no es más que su amo, nosotros no podemos aspirar a menos que Jesús. La cruz y el servicio a los demás, incluso hasta el límite de nuestras fuerzas, es el lugar donde se manifiesta el poder del Cristo resucitado, y donde se puede experimentar el “Yo Soy” de Jesús.
En Jesús, las palabras son siempre confirmadas con sus actos. Quien es receptivo a su palabra y a su actuar, recibe también al que lo envió. Dios, su Hijo y los discípulos forman una unidad. Sus vidas entregadas en el amor son la prueba de esta comunión profunda.