Evangelio según san Juan 6, 44-51
La Iglesia —y cada uno de nosotros— no está llamada solo a proclamar el nombre del Señor con palabras, sino a convertirse en signo visible del Pan de Vida para este mundo hambriento de sentido, de justicia, de ternura y de verdad. Vivimos en una realidad marcada por tantos signos de muerte, donde el valor de la vida muchas veces se ha perdido. Solo Jesús puede resucitarnos desde dentro y volver fecundas nuestras muertes cotidianas.
Quienes hemos visto, nos hemos acercado, hemos creído y hemos sido atraídos por el amor del Padre, ya participamos de esa comunión de Vida con Dios. Y no podemos guardarnos esa experiencia solo para nosotros. Nuestra fe no puede encerrarse en una oración individualista o desconectada del mundo. Al contrario, debe expresarse en una vida concreta, comprometida, que contagie esperanza y lleve la Vida de Dios a quienes están lejos de Él y de sus hermanos.