Tan cerca y tan lejos… Judas, Pedro y los demás discípulos que lo abandonan representan esa parte de nosotros que todavía necesita convertirse. “Era de noche”, dice el Evangelio. Y lo sigue siendo cuando habitamos ese lugar, porque fuimos hechos para algo más grande.
Quien quiera seguir a Jesús tendrá que identificarse con el amor. Pero no con un amor de apariencias o gestos que se agotan, sino con un amor como principio de vida, como identidad profunda. Un amor que no se termina, que significa entrega, comprensión y fidelidad.
La clave la da “el discípulo que Jesús amaba”, que reclina su cabeza sobre el pecho del Maestro. Es el signo del conocimiento íntimo y profundo, del amor confiado, de la necesidad de estar cerca. Ante nuestra fragilidad, se nos invita a vivir junto al corazón de Jesús. Ese debe ser también nuestro hogar.