Jesús no pretende convencer desde el espectáculo ni desde la imposición. Su gran argumento no es otro que su vida misma: sus obras transparentan a Dios, revelan el rostro de su Padre. Jesús no busca imponerse por la fuerza o por signos extraordinarios, sino proponer una transformación basada en la justicia y la misericordia. Por eso, frente a la crítica de sus opositores, Él propone un criterio claro y simple: un examen a la luz de la justicia.
Y al hacerlo, deja en evidencia la incoherencia de quienes lo acusan. Porque cuando se vive de acuerdo a la justicia —una justicia verdadera, que brota del amor y se expresa en misericordia—, se puede tener la certeza de que Dios está de ese lado. No se necesita más legitimación que la coherencia entre el obrar justo y el corazón compasivo.