Con Dios no valen los “cumplimientos”. Solo cuenta la sinceridad. Nuestra oración no puede reducirse a enumerarle lo bueno que hicimos. Jesús nos invita a un encuentro sincero con Dios, en el que nos ponemos en sus manos tal como somos, con nuestras heridas, fallos y necesidades. Solo así experimentamos su acogida, su perdón y el aliento del Espíritu para vivir su amor con los demás.
La oración humilde nos permite vernos con verdad: ni engrandeciéndonos con orgullo ni despreciándonos. La humildad nos ayuda a reconocer los dones recibidos y también los dones de los demás. No se trata de hablar de lo que hemos hecho, sino de dar testimonio de la misericordia que Dios ha tenido con nosotros.
ORANDO CON LA PALABRA
