Hay vidas que marcan la historia y la de los hombres por sus palabras, sin embargo hay vidas que también dejan huella en la historia por sus silencios. Hay silencios perjudiciales, los de omisión. Pero también existen otros, los silencios fecundos, aquellos que dan paso a una palabra verdadera, silencios que permiten escuchar, que vacían el corazón para estar atentos. Son silencios que dejan resonar en lo profundo del corazón humano ese latido interior, que, cuando se escucha, nos llama constantemente a una vida plena, auténtica, con sentido, a encontrar nuestro lugar único e irrepetible.
San José, fue uno de esos hombres capaces de dejarse hablar, dejarse decir por Dios, dejarse nombrar. Aunque ese llamado, incomprensible a los ojos de los hombres, parecía solo traer desventajas, a los ojos de la fe revela una cálida y cercana santidad, hecha de pequeñas cosas cotidianas, pero con la marca de un hombre que cree. Y porque cree, es capaz de dejar de lado su propio proyecto para hacer carne el proyecto de Dios, abandonar su realización personal para vivir la plenitud en el encuentro con Dios.