Jesús nos invita a dejar de lado cualquier idea de venganza y nos propone una actitud completamente nueva: amar incluso a nuestros enemigos. Él sabe que el verdadero amor, el que nos humaniza, no depende de lo que recibimos del otro. Amar es buscar siempre el bien del otro, su felicidad y realización, sin condiciones ni expectativas.
La compasión, lejos de ser solo lástima o pena, es la capacidad de estar con el otro, de compartir sus necesidades y responder con amor. Así, cada uno de nosotros construye la medida con la que será recompensado por Dios: una medida sin límites, porque vivir nuestra fe es amar sin medida, recibiendo un amor que nos desborda, que no podemos controlar, sino solo recibir, agradecer y compartir.