Seguir a Jesús implica comprometerse con todo el ser en su proyecto, asumir su mirada y su forma de vivir. Lo que realmente distingue a un discípulo no es solo el cumplimiento de normas, sino su capacidad de amar y perdonar, incluso a quienes le hacen daño. La verdadera caridad nace de la misericordia, que es reflejo del amor incondicional de Dios.
Jesús no nos pide ser impecables o perfeccionistas, sino perfectos en el amor, es decir, amar hasta el extremo, sin medida ni límites. Así como Dios nos ama y nos perdona gratuitamente, Él nos envía a hacer lo mismo con los demás. Esta transformación del corazón no es solo esfuerzo humano, sino una obra de Dios en nosotros.