El ayuno debe abrirnos a los demás y permitirnos dar a los más pobres. Si la falta de caridad persiste y la injusticia se refleja en nuestra manera de actuar, poco agradarán a Dios nuestro ayuno y nuestra Cuaresma.
El ayuno que Dios desea, por su misericordia, es aquel que libera a los pobres y oprimidos: abrir las prisiones injustas, romper los cerrojos de los cepos, liberar a los oprimidos, compartir el pan con los hambrientos, acoger a los sin techo, vestir al desnudo y no cerrarse a la propia carne. Este es el ayuno que Jesús proclama y practica, y que manda a sus discípulos seguir. Un ayuno cuaresmal de este estilo no es signo de tristeza, sino de preparación, de reorientación continua de nuestra vida, que nos ayuda a relativizar lo secundario para no distraernos. Es un ayuno serio, pero no triste.