Jesús no pide simplemente «cosas» ni exige pobreza material por sí misma, sino que invita a una entrega absoluta. No se trata solo de «tener» o «no tener», sino de «ser» y «seguir» con el corazón libre y dispuesto: «El que quiera seguirme, que cargue con su cruz cada día y me siga»; «El que quiera guardar su vida, la perderá».
A todos nos cuesta desprendernos de aquello a lo que estamos apegados. Cuanto más llenos estamos de cosas, menos ágiles y libres somos para avanzar en el camino del Evangelio.
Todo cristiano está llamado a recorrer el camino de las bienaventuranzas. No es que el discípulo de Jesús no pueda poseer bienes, sino que no debe aferrarse a ellos. No se puede servir a dos señores: hay que atreverse a relativizar todo, para ganar el verdadero tesoro y los valores que ofrece Cristo, que son los únicos que realmente valen la pena.