Así como un árbol se reconoce por sus frutos, las personas se conocen por sus acciones. No basta con las apariencias, que muchas veces engañan; lo que realmente revela el corazón de alguien son sus obras. No importa cuánto se hable de Dios o cuán correctas parezcan las palabras si la vida va en otra dirección. Jesús nos recuerda que las palabras pueden ocultar intenciones, pero las acciones reflejan la verdad interior, sobre todo en los momentos de crisis: “Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca”.
En definitiva, Jesús nos llama a vivir con coherencia. Antes de señalar las faltas ajenas, debemos reconocer las propias y dar frutos que reflejen el amor y la justicia del Reino de Dios.