Jesús invita a sus discípulos a cambiar su manera de ver las cosas, comprendiendo que, en la nueva comunidad, el lugar principal es para quienes se hacen como niños: los últimos, los servidores.
No se trata de un llamado al infantilismo espiritual ni a una nostalgia de la inocencia pasada, sino a reconocer nuestra fragilidad y la necesidad de Dios. Se nos invita a confiar plenamente en Él, como un niño que, cuando es amado, se entrega sin cálculos ni reservas, con total disponibilidad.
Así como un niño no puede vivir sin amor, seremos parte del Reino si nuestra vida depende del amor que Dios nos ofrece. En esos niños que Jesús abraza y bendice, están representados no solo todos los niños del mundo, sino también cada uno de nosotros, llamados a recibir el Reino con la misma apertura y confianza.