Este hombre, gracias a su fe, logra hacer lo que los discípulos no habían podido hacer por falta de fe. No basta con pertenecer al grupo; lo que realmente define al discípulo es su adhesión sincera al Maestro, algo que los Doce estan todavía aprendiendo.
La verdad y el bien no son patrimonio de unos pocos, sino de todos aquellos que se abren a Dios y dejan que su gracia transforme sus vidas. La sabiduría humana tiende a encasillar y medirlo todo con sus propios criterios, mientras que Jesús abre de par en par las puertas de su mensaje de salvación. En él, sabiduría y amor, entran los diferentes, los que no tienen un “carnet de inscripción” en la institución divina, pero que, sin embargo, viven en sintonía con su corazón, que siempre suma y nunca excluye.