Jesús invita a sus discípulos a romper con el egoísmo y construir una nueva experiencia de vida, donde la generosidad no se limita al acto de compartir, sino que implica darse por completo. Compartir es un acto de justicia; dar hasta quedarse sin nada es propio de quien ha reemplazado la justicia como norma de conducta por el amor como único mandamiento.
El fruto de este amor es el perdón. Amar a los enemigos y renunciar a la violencia como medio de justicia es el modo en que Dios actúa con nosotros cada día. Por eso, Dios no tiene enemigos: su amor es incondicional y su misericordia no tiene límites. Mientras Mateo nos exhorta a “ser perfectos”, Lucas nos invita a “ser misericordiosos”, porque esa es la verdadera medida del amor que supera el odio, la venganza y la violencia.
ORANDO CON LA PALABRA
