Ser su discípulo no es aferrarse a la vida, sino donarla: “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.”
Jesús no nos pide que renunciemos a esta vida para obtener otra, sino que transformemos nuestra manera de vivir según la lógica del amor. Para que esto sea posible, Cristo debe ser el Señor de nuestra vida, en lo cotidiano: en el trabajo, la familia, la escuela. Aceptarlo como Cristo significa también aceptar la cruz, no como un castigo, sino como el compromiso de vivir con amor evangélico, afrontando los sacrificios sin esperar recompensas.
Si realmente queremos reinar con Cristo, sigamos su camino. Solo entonces, Jesús no será solo alguien importante en nuestra vida, sino que lo será todo.