Si miramos la escena del Evangelio, podemos notar la sencillez de la gente: comprendieron que el contacto directo con Jesús transformaba sus vidas. Por eso querían tocarlo. También nosotros, en nuestro camino de fe, necesitamos mantenernos cerca de Él, sentir el deseo de “tocarlo”, porque Él es la fuente de todo lo que somos y da sentido a nuestra vida.
Así como aquellos que tocaban su manto quedaban sanos, hoy podemos acercarnos a Jesús y experimentar su fuerza en la Eucaristía, en la Palabra y, sobre todo, en nuestros hermanos, especialmente en los más pobres y necesitados. Ellos son el rostro vivo de Jesús entre nosotros.
Acerquémonos con confianza al Dios de la misericordia. Si lo tocamos con fe, Él nos sanará y nos convertirá en instrumentos de sanación para los demás. Nadie que se haya acercado a Él ha quedado con las manos vacías. Su amor es para todos, porque Dios quiere que todos vivamos en el amor.