Aunque el Señor no pide a todos los cristianos que derramen su sangre por su fe, sí exige de todos una firmeza heroica para proclamar la verdad con vida y palabra en medio del mundo, en las circunstancias que nos toca vivir. Habrá momentos en los que no podremos callar, sino que debemos denunciar el mal donde lo veamos. No podemos ignorar la pobreza o el hambre causados por sistemas injustos. No podemos quedarnos en silencio ante el trato injusto a los más vulnerables. Tampoco podemos desentendernos del daño que la droga, la falta de oportunidades y una cultura vacía de valores causan en los jóvenes.
Pero no basta con denunciar el pecado; Cristo debe llegar a todos como la verdad, la vida y el camino de salvación. Por eso, abiertos al Evangelio y a las inspiraciones del Espíritu Santo, debemos ser creativos en proponer soluciones que, desde el Evangelio, liberen al ser humano de sus esclavitudes.
Hoy, derramar nuestra sangre por fidelidad al Evangelio significa no temer a dar nuestro tiempo y capacidades en la lucha por el bien de nuestros hermanos, con la certeza de que solo el Señor es nuestra herencia.