Ser discípulo de Jesús transforma toda la vida. Ese cambio, reflejado en un estilo de vida y en valores distintos a los del mundo, será su carta de presentación ante la sociedad.
Jesús nos invita a todos los cristianos a ser discípulos y misioneros del Reino. Esto implica no apegarnos a nada que nos aleje del proyecto de Dios en nuestra vida y en la comunidad. Siempre existe el riesgo de que los intereses personales o institucionales desplacen el proyecto de Jesús y de la primera comunidad cristiana.
La Iglesia no puede estar al servicio de sí misma ni de sus estructuras. Su misión en la historia es servir siempre al Reino de Dios.
Desde la radicalidad evangélica que nos enseñó Jesús, podremos ser una Iglesia capaz de sanar a las personas y a la sociedad del egoísmo que destruye. También podremos expulsar los demonios de la corrupción, la pobreza y la muerte, que son manifestaciones del pecado.
Jesús quiere discípulos y misioneros sean pobres de espíritu, libres, fraternos, solidarios, confiados, esperanzados, abiertos y acogedores. Así debe ser nuestra misión en el mundo hoy.