Cuando Marcos escribe este evangelio, la comunidad cristiana ya conoce bien la persecución y las dificultades. La tempestad en el mar se convierte en un símbolo de los miedos, dudas y crisis que los creyentes enfrentan. En este contexto, el evangelista recuerda que Jesús, durante su vida, se enfrentó a las fuerzas de la naturaleza cuando estas parecían incontrolables. Su poder no solo calma el mar, sino que vence las fuerzas del mal, imponiendo la vida donde la muerte parece querer dominar.
Las tempestades representan las crisis personales, sociales y eclesiales. Muchas veces sentimos que remamos contra corriente y que todo se desmorona, mientras Dios parece guardar silencio. Sin embargo, la fe no es un remedio instantáneo para los problemas. No nos ahorra dificultades ni nos evita el esfuerzo de remar, pero nos da la certeza de que el Señor está con nosotros.
Hoy, la fe sigue siendo una “reserva de confianza” en medio de las tormentas de la vida. Cristo está presente todos los días, como lo prometió, hasta el fin del mundo. Su Espíritu es quien anima la Iglesia y la historia.
Creer es despertar cada día al Cristo que, a veces, parece dormido dentro de nosotros.