El trabajo del sembrador, según Jesús, es generoso, sin medidas ni cálculos, aunque a veces parezca inútil o infructuoso. Pero siempre habrá un terreno donde la semilla dé fruto abundante. En el Reino de Dios, ningún esfuerzo es en vano. La parábola nos llama a sembrar con confianza, sin limitarnos a ciertos terrenos o a ciertos resultados.
Jesús compara su labor con la del sembrador que siembra sin distinciones, con la esperanza de que las semillas crezcan y den fruto. Así también actúa su amor hacia la humanidad: un amor generoso, que no se reserva nada.
La Iglesia debe asumir esta misión con el mismo espíritu: sembrar sin desanimarse, sin dejarse llevar por cálculos humanos. No sabemos de antemano qué terreno dará fruto y cuál no, porque eso pertenece al juicio de Dios. Como Iglesia evangelizadora y misionera, necesitamos confiar en que la semilla dará fruto, aunque a veces este mundo parezca estéril, lleno de superficialidad, egoísmo o dificultades internas.