Para Jesús, la familia en el Reino de Dios no se basa en los lazos de sangre, sino en un espíritu común: hacer la voluntad del Padre. Aunque los lazos familiares son importantes, Jesús nos invita a no quedarnos encerrados en ellos. Ser parte de su familia significa amar como él amó, hasta el extremo. No se trata solo de admirar a un hombre excepcional o seguir una norma de vida elevada, sino de ser parte de “los de Jesús”.
Esta familia del Reino es grande y abierta a todos. Por eso María es doblemente su madre: no solo por darle la vida, sino porque fue “la humilde servidora de Dios”. Antes de su maternidad física, María tuvo una relación más profunda con Jesús: la de la fe.
En esta nueva familia del Reino, somos hermanos y compañeros, unidos por la gracia y comprometidos con el Reino de Jesús como el sentido de nuestra vida. Cuando dejamos que el Reino tome nuestro corazón y transforme nuestra vida diaria, todos los que caminan en la misma dirección se convierten en “mi madre y mis hermanos”.