En aquel tiempo, la locura era vista como un signo de posesión demoníaca. Llamar a alguien “loco” era una estrategia eficaz para desacreditarlo, excluirlo y condenarlo. Eso intentaron hacer con Jesús. Si lograban que todos lo creyeran loco, su mensaje y su figura se desmoronarían. Ante esos comentarios de la gente, es natural que su familia reaccionara, preocupada por la situación.
Esto sigue pasando. Lo que parece posible o aceptable para los hombres no siempre es lo correcto ante los ojos de Dios. Lo políticamente correcto no siempre coincide con lo éticamente justo. Un profeta tiene la misión de decir, a su tiempo y contra su tiempo, lo que Dios quiere que diga, aunque eso incomode a muchos.