Jesús no seguía las reglas de exclusión de su tiempo, que marginaban a tantas personas. Ante las críticas de los fariseos, respondió con claridad y firmeza: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.
La casa de Mateo se convierte así en un símbolo de la nueva comunidad del Reino, formada por dos grupos: los discípulos, que venían del judaísmo, y otro numeroso grupo de seguidores, que no pertenecían a Israel. En el centro de esta comunidad está Jesús, y su espíritu es la unión, la amistad y la alegría de un banquete.
En esta escena, Jesús nos muestra el amor misericordioso de Dios. Al llamar a los pecadores, a los débiles y enfermos, Jesús revela que Dios es gratuito, que no puede ser comprado con méritos.
Cristo no nos salva porque seamos perfectos, sino porque nos ama a pesar de nuestras debilidades y de lo que otros puedan pensar de nosotros.