En nuestra vida, también enfrentamos miedos similares a los de los discípulos. Nuestra vida, como la barca de la Iglesia, a menudo se ve sacudida por vientos fuertes y tenemos miedo de hundirnos. Hacemos todo lo posible, pero no siempre nos basta. Luchamos con nuestras buenas obras, ayunos y esfuerzos, tratando de encontrar paz y unión con Cristo. Pero nos enfrentamos a las dificultades del mundo exterior y a nuestros propios egoísmos. Aunque trabajamos duro, parece que no avanzamos y sentimos que Jesús se aleja.
Necesitamos reconocer que Él puede hacer mucho más que nosotros. Debemos confiar en Él y entregarnos completamente. Dios siempre está con nosotros, y “viendo nuestros esfuerzos”, se acerca para rescatarnos. Como a los discípulos, Él solo nos pide cooperar con su gracia, hacer lo que podemos y confiar en que Él completará la obra. La paz y la serenidad vienen al admitir a Jesús en nuestra barca.