Somos luz y epifanía cuando, de manera individual y grupal, orientamos, abrimos y marcamos caminos nuevos hacia la realización de un mundo según el querer de Dios, que incluye a todos. Somos epifanía cuando, conducidos por el Espíritu, tenemos el valor y el coraje extraordinario de animarnos a lo bueno y a lo justo, en medio de un mundo que vive claudicando. Somos epifanía y profetas de luz que guían los pasos del pueblo cuando somos capaces de poner nuestra vida al servicio de la humanidad.
Somos epifanía cuando defendemos el derecho de los más débiles, aunque no estemos contados entre ellos. Somos epifanía en la vida cuando infundimos confianza y esperanza.
Somos epifanía de Dios cuando lo reconocemos con una adoración sencilla, fiel y contagiosa.
Somos epifanía cuando soportamos y no bajamos los brazos ante las pruebas, las purificaciones, las oscuridades, las dificultades e incluso los pecados. Hay testimonio de luz cuando, en el encuentro con el Señor, nos dejamos iluminar y transfigurar.
El camino de transformación y compromiso de la Iglesia también tiene una dimensión personal, en la que cada cristiano y miembro consciente de la Iglesia se esfuerza por ser una “señal” más íntegra y transparente de Cristo.