Frente a la tiniebla que amenaza a la tierra se le confía a Juan la misión de ser testigo para afirmar la presencia y victoria de la Luz de la vida. Dios sigue iluminando a los hombres, más allá de que ellos acojan o no la Palabra divina. Para eso Dios se comunica plenamente en la vida de alguien que viene detrás de Juan, a quien él no conoce, porque aún no se ha manifestado, pero que ya estaba actuando, porque existe antes que él. Finalmente, Juan podrá decir «yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios» (Jn 1,34).
Nuestra situación no es diferente a la de Juan, que esperaba sin conocer. Nosotros seguimos aguardando que se manifieste la redención. Manifestación «que a su debido tiempo hará visible el Bienaventurado y único Soberano, el Rey de los reyes y el Señor de los señores» (1 Tim 6,15). Mientras compartimos la certeza de Juan: el carácter irreversible del amor de Dios que, ha puesto su morada entre nosotros.