María no guardaba las cosas en su corazón como quien las esconde bajo llave, sino como quien las atesora, las valora y encuentra en cada una un sentido que ilumina su caminar.
María tiene esa memoria sabia que no cae en olvidos injustos ni en recuerdos superficiales, tiene memoria del corazón. Siempre estaba vivo en ella el gozo de la anunciación por la promesa de Dios, el amor experimentado en la visitación, la confianza del buen José y todo lo que se decía del niño. En cada uno de estos momentos percibía el paso de Dios por su vida y sentía la ternura de un Dios que la bendecía. Esta experiencia alimentaba su esperanza y sostenía su fe incluso en los momentos de mayor dolor.
La memoria del corazón le permitió experimentar, una y otra vez, que el mismo Dios que la había llamado nunca abandonaría la obra de sus manos, incluso cuando nubarrones oscuros se cernían en el horizonte.