Jesús culmina su misión, en la última cena, inaugurando una Alianza Nueva y eterna (Mt 26,28), por la cual la misericordia de Dios perdona los pecados y trae la bienaventuranza definitiva para todos los que en Él confiaron. El Evangelio lo anticipó en el relato de su nacimiento: Jesús portaría el nombre de Josué, como el sucesor de Moisés, porque salvaría al pueblo de la esclavitud del pecado (Mt 1,21), como aquel lo había liberado de la servidumbre de Egipto.
Pero la gesta del Éxodo fue posible porque Dios protegió desde la infancia a Moisés, a quien el Faraón buscaba destruir cuando vio amenazado su poder. Dios también protege a Jesús para asegurar su misión redentora (Mt 2,15). No le evita sufrimientos, pero lo hace prevalecer sobre el pecado de los hombres y sobre el poder de la muerte.
Dios nos libre de cualquier odio o temor que pueda esclavizarnos.