Dios puede hacer brotar la salvación de un tronco seco, de un matrimonio estéril o de una persona sin cultura. Cuando aparece un brote de nueva vida, inesperado o no calculado, siempre hay incredulidad. La novedad suele tener opositores, que a veces se apoyan en la experiencia, pero en el fondo es una manifestación de soberbia, según la cual solo lo que nace de nosotros mismos y podemos manejar es bueno, y no lo que proviene de los demás.
Cuando Dios se compadece, solo la fe puede descubrirlo y animarnos a la acción de gracias, la alabanza y el anuncio; mientras que la incredulidad nos reduce al silencio, donde todo pierde su nombre y valor.