El Adviento también es tiempo de alegría. Una alegría profunda, que no depende de regalos ni cosas materiales. Es la certeza de que Dios nos ama, que estamos en sus manos y que Cristo camina con nosotros. Es una alegría que surge cuando dejamos de pensar solo en nosotros y empezamos a preocuparnos por la felicidad de los demás.
Esta alegría es un don de Dios, pero también nos llama a comprometernos. La verdadera alegría crece cuando ayudamos a otros, cuando trabajamos por liberar a los demás del sufrimiento, la injusticia o la soledad. No estamos aquí solo para ganar el cielo, sino para hacer que este mundo sea más humano y más cercano al sueño de Dios.