Reconocerse necesitado es el primer paso. Cuando abrimos el corazón, descubrimos que nuestra pobreza puede ser fuente de riqueza, y nuestra ceguera, una oportunidad para recibir una nueva luz. Jesucristo es quien nos devuelve la vista, termina con nuestra esclavitud y nos otorga la verdadera libertad. Él nos restituye nuestra dignidad, y basta con que aceptemos su amor y levantemos la cabeza para vencer lo que nos degrada.
Con cada curación y milagro, Jesús muestra que Él hace nuevas todas las cosas. Un pequeño gesto de amor puede derrotar al egoísmo y la maldad. Como los ciegos que, tras ser sanados, no pueden evitar compartir la noticia, nosotros, tocados por la misericordia y el amor de Dios, estamos llamados a proclamar las maravillas que Él realiza en nuestras vidas.