El Adviento es para quienes nos reconocemos débiles, hambrientos y pecadores, y buscamos a Jesús. Él es el Salvador que se compadece, seca nuestras lágrimas, nos alimenta, anuncia su palabra de vida y nos acoge a todos. Es un tiempo para seguir la promesa de una fiesta y un banquete para los pobres, entre los que debemos incluirnos y aceptarnos, no solo como pecadores, sino también como heridos por una vida que ansiamos plenamente y que, a menudo, solo se nos da a medias.
Aceptar esta pobreza es clamar a Dios sin dudar, pidiéndole que transforme nuestro luto en danza y convierta nuestro desierto en una mesa de fiesta.