Jesús reafirma que Dios es un Dios de vivos, no de muertos. La promesa hecha a los patriarcas sigue vigente, porque la vida eterna es parte del proyecto de Dios para la humanidad. Como decía san Ireneo: “La gloria de Dios es que el ser humano viva”. Sobre cada vida, Dios pronuncia un llamado de amor eterno, que culmina en la vida plena que anticipamos desde ahora.
Creer en la vida eterna no es un escape de la realidad, sino una motivación para transformar el mundo según el proyecto de Dios. Esta esperanza nos invita a valorar nuestra existencia y a trabajar por un mundo más justo y humano.