El cristiano vive desde el futuro prometido por Dios, porque “el futuro es la llamada de Dios al presente”. Esta esperanza nos da la fuerza para superar el cansancio y la monotonía de lo cotidiano, y nos impulsa a mirar hacia adelante, transformando la realidad actual con gestos concretos de amor y justicia.
Jesús no enseñó teorías sobre el fin, sino que nos llamó a vivir el presente en clave de compromiso. La espera no es tiempo de inacción, sino un espacio para trabajar por el mundo nuevo que creemos y anhelamos.